Extranjero en Amsterdam by Janwillem van de Wetering

Extranjero en Amsterdam by Janwillem van de Wetering

autor:Janwillem van de Wetering
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial
publicado: 1975-01-01T00:00:00+00:00


9

—Bah —dijo De Gier—, bah y bah.

Él y Grijpstra estaban en un coche con los distintivos de la policía. Era un Volkswagen blanco, equipado con el reflector de luz azul, la sirena y el altavoz. Hacían el servicio normal de patrulla.

—Tres veces bah —dijo Grijpstra—. El tres es un número sacro. El bah del Padre, el bah del…

—No sigas —le dijo De Gier, mientras trataba de meterse entre un tranvía y un autobús de turismo estacionado.

Grijpstra rió.

—Uno no debe insultar al gran poder que está en lo alto —señaló—. Está ahí arriba y cualquier cosa que se diga se refiere a él.

—¿A quién? —preguntó De Gier, bloqueado en medio de la calle y esperando que el tranvía se pusiese de nuevo en marcha.

—A Dios —respondió Grijpstra.

—¡Ah! —exclamó De Gier—. Ahora veo. Me has entendido mal. El lenguaje blasfemo no me interesa. Le he dicho bah al tranvía porque se detuvo y yo quería que siga adelante.

—Te debía interesar, sin embargo —le dijo Grijpstra—. Eres policía y un policía tiene que ver con la ley, y la ley tiene que ver con la religión. ¿No te acuerdas de la lección del mes pasado?

De Gier se acordaba de esa lección. Un general de la Policía Estatal, retirado, les había hablado de la ley y de la religión. La religión nació primero, la ley vino después. No te comportes mal, porque el mal comportamiento ofende a la divinidad. Fue sólo mucho más tarde que la ley descendió a la tierra, y algunos espíritus audaces declararon que el mal comportamiento ofende a la humanidad.

—¿Por qué te lamentas? —preguntó Grijpstra—. Pensé que estarías contento. ¿No ha sido idea tuya solicitar hoy el servicio regular de patrulla?

—Sí —respondió De Gier—, pero el hecho es que estamos en un punto muerto. Esto es simplemente una distracción. Hoy solicité el servicio regular sólo porque no se me ocurrió otra cosa, y no quería quedarme sentado en la oficina. Vamos a ver a los traficantes de droga esta noche.

—Sí, estamos en un punto muerto —convino Grijpstra—, pero también lo hemos estado en otras oportunidades. Resolveremos igualmente el caso.

La radio empezó a graznar.

Una voz femenina, profunda y ligeramente ronca, repitió el número del coche de los dos oficiales.

—Esa es Sientje —dijo Grijpstra—. Déjame hablarle.

Cogió el micrófono.

—Uno-tres —dijo—. Cambio.

—¿Cuál es su posición? —preguntó Sientje.

—Singel, cerca de Jeroenensteeg, dirección norte —respondió Grijpstra.

—Exactamente donde los quería. Por favor, diríjanse a la esquina de Singel y Brouwersgracht. Debe haber ahí el cadáver de una joven o de una mujer en una de las barcas-habitación. No sé en cuál.

—¿Crimen?

—Es todo lo que sé —dijo Sientje—. Cierro.

—Linda voz, ¿eh? —comentó De Gier—. No quisiera encontrarla.

—¿Por qué no?

—Podría ser una decepción.

Grijpstra se acomodó bien en su asiento y permaneció inmóvil. De Gier había encendido la sirena y por encima de sus cabezas relampagueaba silenciosamente la luz azul. Los vehículos a lo largo del angosto Singel maniobraban a fin de darles paso y el Volkswagen corría peligrosamente a cuarenta kilómetros por hora, con dos ruedas sobre la acera.

—Fácil —dijo Grijpstra y sonrió.



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